
La respuesta es tan espeluznante como es evidente. Durante siglos existió la práctica de la castración de niños para lograr que mantuvieran sus voces agudas, entre soprano, mezzo-soprano y contraalto. Conocidos como il castrati, del italiano "los castrados", estos jóvenes recibian instrucción intensiva de canto y entrenamiento musical rigoroso, generalmente en conservatorios religiosos.

La castración también afectaba el desarrollo de sus huesos: solían tener brazos largos y cavidad pectoral muy amplia, lo cual les daba una potencia pulmonar sin rival. Se entrenaban para cantar opera, tanto en papel masculino como femenino, y algunos llegaron a ser adorados y considerados superestrellas de la época, como Farinelli, Senesino and Pacchierotti. Los castrati lograban mezclar velocidad con presición, mostraban agilidad incomparable en la coloratura, e incluso acostumbraban interpretar papeles escritos específicamente para ellos. La práctica, sin embargo, se empezó a descontinuar en el siglo XIX a causa de sus dificultades éticas y morales, y por las graves consecuencias físicas por los castrati sufridas a través del proceso. A principios del siglo XX era ilegal y pronto desaparecería por completo.

Hoy en día, la voz de soprano también se interpreta por hombres, pero su timbre y su rango vocal nunca llegarán a ser los de los castrati. Aún así, permanece un precio alto que pagar por el canto y el arte.
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