Existe un fenómeno inaudito en la historia de la música, originado alrededor del siglo XVII, que no sólo era socialmente aceptado, sino que ampliamente utilizado por muchos de los grandes compositores de la época. Sus orígenes se deben a que, por orden de la iglesia, las mujeres no podían participar en coros. Los directores corales, por lo tanto, usaban niños que cantaran las partes altas. Sin embargo, los conservatorios invertían mucho tiempo y dinero hacia el entrenamiento musical (y en muchos casos hacia el cuidado general) de estos niños. Y se veían ante un dilema: ¿cómo evitar que los niños sufrieran cambios en sus voces al llegar la pubertad, y así perdieran su valor como cantantes?
Retrato de Farinelli (J. Amigoni)La respuesta es tan espeluznante como es evidente. Durante siglos existió la práctica de la castración de niños para lograr que mantuvieran sus voces agudas, entre soprano, mezzo-soprano y contraalto. Conocidos como
il castrati, del italiano "los castrados", estos jóvenes recibian instrucción intensiva de canto y entrenamiento musical rigoroso, generalmente en conservatorios religiosos.
Grabado de una ópera con Farinelli (izq) exagerando razgos del castrato
La castración también afectaba el desarrollo de sus huesos: solían tener brazos largos y cavidad pectoral muy amplia, lo cual les daba una potencia pulmonar sin rival. Se entrenaban para cantar opera, tanto en papel masculino como femenino, y algunos llegaron a ser adorados y considerados superestrellas de la época, como
Farinelli,
Senesino and
Pacchierotti. Los
castrati lograban mezclar velocidad con presición, mostraban agilidad incomparable en la
coloratura, e incluso acostumbraban interpretar papeles escritos específicamente para ellos. La práctica, sin embargo, se empezó a descontinuar en el siglo XIX a causa de sus dificultades éticas y morales, y por las graves consecuencias físicas por los
castrati sufridas a través del proceso. A principios del siglo XX era ilegal y pronto desaparecería por completo.

El último
castrato se llamaba Alessandro Moresschi (1858-1922). Fue también
el único castrato cuya voz fue grabada, en 1904 a través de un gramófono. Aunque la voz de Moresschi nunca fue de gran aclamada crítica, y probablemente no se compara a la potencia y la virtuosidad de los
castrati de siglos pasados, las grabaciones quedan como evidencia de una voz inquietante y atemporal.
Hoy en día, la voz de soprano también
se interpreta por hombres, pero su timbre y su rango vocal nunca llegarán a ser los de los
castrati. Aún así, permanece un precio alto que pagar por el canto y el arte.